Antonio Ortiz (Sevilla, 1947) habla con voz clara y segura, buscando con rapidez la respuesta a cada una de nuestras preguntas. Nos atiende, vía telefónica, desde su despacho en la sede del estudio en Sevilla. Además de éste, Cruz y Ortiz, cuenta con dos sedes más, en Ámsterdam y en Madrid. Una complejidad añadida que a los Premios Nacional de Arquitectura parece no afectarles.
Mucho ha llovido desde que terminaron la carrera, allá por los años setenta, y decidieron unirse en un matrimonio laboral que ha llegado hasta hoy sin fisuras. Su arquitectura es hermosa y útil y la lista de sus obras, extensa.
Su trabajo mano a mano les ha permitido, como apuntaron en cierta ocasión, entender los edificios con calma, sabiendo y queriendo mirar.
Cruz y Ortiz es cosa de dos y no se entiende a Antonio Ortiz sin Antonio Cruz. ¿Cómo comenzó la relación?
Todo empezó por Antonio Cruz y Antonio Ortiz. Hicimos la carrera juntos y, desde los comienzos, cuando éramos muy jóvenes decidimos abrir una oficina entre los dos.
Imaginamos que les unirá una misma pasión por la arquitectura y una visión semejante de esta profesión. ¿Cómo definiríais vuestro compromiso con la arquitectura?
Compromiso es quizás un término un poco excesivo. Sin duda tenemos una vocación común por la arquitectura. Es aquella materia en la que nos encontramos más a gusto y en la que más fácilmente colaboramos y trabajamos. Vocación es quizás una palabra más adecuada.
¿Cómo ha cambiado esa vocación a lo largo de la carrera?
Yo creo que la vocación no ha cambiado. Lo que cambia realmente es la manera de ejercer la profesión. Nos hemos tenido que ir adaptando a las circunstancias de nuestra profesión. Son unas circunstancias en constante cambio.
Por otro lado también ha cambiado nuestro equipo: pasar de ser unos arquitectos jóvenes que trabajan juntos a tener unos equipos que dependen de uno conlleva cambios en la forma de trabajar. Pero la vocación no ha cambiado; sigue siendo la misma.
Cuando eran dos arquitectos jóvenes que trabajaban juntos, ¿sentían una mayor libertad a la hora de ejercer la arquitectura o el hecho de ser primerizos suponía mayores restricciones?
El ejercicio de la arquitectura suele estar lleno de restricciones. Es un arte muy mediatizado.
Un arquitecto no debe de considerarse un artista porque lo que hacemos ha de tener una utilidad. Tenemos que resolver problemas y de ahí surge la mediatización. Pero eso no es malo: siempre es conveniente que haya un marco donde moverse.
A lo largo de vuestra trayectoria habéis realizado multitud de proyectos de todo tipo como el Rijksmuseum de Ámsterdam, la estación de tren de Basilea, el estadio del Atlético de Madrid o la Facultad de Ciencias de la Educación de Sevilla. ¿Qué os queda por hacer?
¡Tantas cosas! Nos sentimos bien, con ganas de hacer mucho más y en muchos sitios distintos. Seguramente una de las mayores virtudes de nuestra profesión es la variedad. Los arquitectos somos casi los únicos generalistas que quedamos en el ámbito de la construcción y a veces nos movemos desde una edificación deportiva, a un museo, a viviendas… Son muchas las oportunidades que el ejercicio de la arquitectura ofrece así que son muchas las obras que nos gustaría hacer y muchas las ciudades en las que nos gustaría construir.
Sus propias viviendas, en las que habitan, se las construyeron ustedes mismos. A la hora de proyectar su propio hogar, ¿qué premisas debe tener en cuenta un arquitecto?
Eso es complicado. A medida que los temas van siendo más particulares, la complejidad se va haciendo mayor. Es más difícil hacer la vivienda para una familia que hacer viviendas para cien familias. Una familia implica una complejidad mayor que la generalización de viviendas con dos o tres dormitorios.
Esto ya lo decía Sáenz de Oiza. Y realmente el momento en el que uno se enfrenta con su propia privacidad, a su propia casa, es aún más complicado. Exige preguntarse muchas cosas: cómo me gustaría vivir, cómo veo la vida de mi familia ahora y en el futuro… Son muchas cosas que hacen que el proyecto de la propia vivienda sea un propósito complicado en el que los arquitectos solemos dudar más que cuando trabajamos para los demás.
Después de todos estos años, ¿qué os sigue atrayendo de vuestra profesión?
La arquitectura es una profesión maravillosa. Estamos muy contentos de haberla ejercido y de seguirla ejerciendo. Como decía antes, por tomar un único aspecto de las cosas, es una profesión que aún permite ser generalistas. Podemos sentirnos interesados por temas muy diversos, la mirada de un arquitecto debe ser una mirada muy amplia, son muchas cosas las que nos pueden interesar. Cuando se visita una ciudad, por ejemplo, un arquitecto puede ver más, conocer más, entender más de lo que puede ver alguien de otra profesión. Nos bastaría con eso para estar satisfechos.
Además de vuestro estudio principal, en Sevilla, tenéis otro en Ámsterdam ¿Qué diferencia encontráis entre la arquitectura española y la arquitectura de otros países europeos como Holanda?
Son muy diferentes. Para empezar, el rol del arquitecto puede variar de un país a otro. Europa sigue siendo muy variada: las técnicas constructivas son distintas, y el propio papel del arquitecto, qué es lo que se espera de uno, puede ser diferente. Exige un esfuerzo mayor conocer el terreno que se pisa pero si los lugares donde se trabaja son estimulantes, casi cualquier ciudad valdría. En este aspecto, Amsterdam, por ejemplo, es una ciudad maravillosa y nos gusta mucho trabajar en ella.
En los últimos años hemos vivido una cierta atracción hacia la figura del arquitecto estrella, con grandes proyectos de costes desmesurados y dudosa utilidad. ¿Cómo creéis que evolucionará esa tendencia?
Seguramente la crisis económica va a hacer que se haga menos tonterías. O que por lo menos, se hagan las justas. Siempre se seguirá produciendo este tipo de arquitectura pero si el control político y ciudadano aumenta, se reducirán mucho estos errores a los que usted alude.
¿Es un buen momento para la arquitectura europea?
La arquitectura es una actividad muy europea. En el sentido que la entendemos como una actividad con ciertos ribetes culturales, sigue siendo una manera muy europea de entender las cosas. No estoy yo tan seguro de que en Estados Unidos sea posible el mismo tipo de práctica de la arquitectura que se da en Europa.
Sin embargo, las cosas siempre se acaban pareciendo a lo que ocurre en América y también nuestra forma de ejercer la arquitectura en Europa se terminará pareciendo también a ese ejercicio más especializado y más corporativo que se da en EEUU.
Hace algún tiempo definieron vuestro trabajo como “arquitectura de síntesis”. Esa definición se entiende al disfrutar de obras vuestras como la biblioteca Infanta Elena de Sevilla, de espacios amables y cómodos para los usuarios. ¿Comulgáis con esa definición?
Plenamente. La arquitectura es una actividad muy sintética. En el proyecto intervienen muchos factores distintos: económicos, constructivos, sociales, visuales… el edificio debe ser la síntesis de todos ellos. No se debería dejar que ninguno de estos factores predominara sobre lo demás. A ese carácter sintético es al que nosotros aspiramos.
Y para terminar, ¿podéis darnos alguna pequeña exclusiva?
Estamos trabajando en Sevilla, en Madrid, en Ámsterdam y en algún punto indefinido de la zona del canal de la Mancha.