Decía Jacopo D’Antonio Sansovino que “algunos sostienen que la palabra Venetia podría provenir de Veni Etiam o sea, vuelve otra vez, y otra vez, porque por muchas veces que vengas, siempre verás nuevas cosas, y nuevas bellezas”.
Para el arquitecto, veneciano de adopción, la ciudad era el lienzo abarrotado y bello con márgenes en blanco que invita al valiente a completar la obra. Era el lugar imperfecto erigido perfectamente sobre la tierra más imperfecta.
Venecia se levanta en el centro de una laguna, rodeada de cordones litorales que actúan de barrera natural frente al mar mientras que las aguas del Adriático penetran en la laguna a través de las aberturas de la costa. En la superficie, multitud de pequeñas islas, 400 puentes, 177 canales y ni un centímetro de tierra desaprovechado. El fondo de la laguna es puro fango. Sobra decir que el barro no es el cimiento soñado por ningún arquitecto. No hay sustrato de roca alguno si se excava. Sólo fango.
Pero Venecia lo hizo. Gigantes con pies de barro.
En el siglo V d. C., los venecianos se vieron obligados a huir de tierra firme y se asentaron sobre las numerosas islas de la laguna. Buscando ganar terreno al mar, recurrieron al ingenio y la tenacidad para construir sobre firmes cimientos. Y la madera fue la respuesta.
Un libro del siglo XVII explica detalladamente el procedimiento de construcción de los edificios venecianos. Para empezar, debían traer, vía marítima, gran cantidad de madera desde los bosques del Véneto del norte, Eslovenia, Montenegro y Croacia hasta Venecia.
Los troncos se limpiaban y se clavaban hasta los 7,5 metros de profundidad en el subsuelo arenoso, golpeándolos con grandes mazos. Sobre estas estacas se colocaba un sustrato de madera, de roble, pino y abedul principalmente y, a continuación, grandes piezas de piedras. Sobre estas plataformas, por último, se levantaban las construcciones. Según este libro, la iglesia de Santa Maria de la Salud se erige sobre el nada desdeñable número de 1.106.657 troncos.
El uso de la madera bajo el agua resulta sorprendente pero el secreto de la longevidad de este material en Venecia reside, precisamente, en que está totalmente sumergido. Al no estar en contacto con oxígeno, los microorganismos que afectan a la madera, como bacterias y hongos no pueden sobrevivir. Además, el flujo constante de agua salada alrededor actúa petrificando este material, convirtiéndolo en una estructura endurecida muy resistente. Cuando el campanil de la plaza de San Marcos se derrumbó, en 1902, los numerosos palos apiñados que se encontraron en sus cimientos estaban en perfecto estado tras más de 1000 años haciendo su función.
Se dice que bajo el agua de Venecia se esconde el bosque más tupido de Italia. Una grandiosidad secreta y fascinante. Tenacidad, ingenio, perseverancia y una monumentalidad aún mayor oculta que a la vista.